viernes, 15 de marzo de 2013

Teoría de la imposibilidad.

Parece ser que en las noches más infructuosas, la necesidad de expresión impera sobre todo lo demás. Y es que es en esas noches capaces de desmoralizar al más ególatra -las cuales suelen estar marcadas por una decepción personal, ya sea por aburrimiento o por posibles amoríos frustrados-, donde aflora el sentido de la realidad, como -¿qué sé yo?-, último recurso para aminorar el hastío de una existencia que parece hueca por momentos.

No obstante, la realidad, en su más absurda ridiculez, acaba por hacer reaccionar los elementos de la juventud. La vigorosidad, la esperanza, y la capacidad para reírse de uno mismo, de sus errores e inquietudes, actúan como fuerzas impulsoras de una nueva visión del mundo: una visión libre; sin rémoras, pero repleta de barreras que tumbar. Al final acabas por dejar de buscar límites, porque simplemente no existen. La consecución de un objetivo se fundamenta en la motivación que este suponga para uno mismo, independientemente de sus condiciones iniciales. ¿A quién se le ocurriría hablar de altas o bajas capacidades que regulasen el poder de una persona para cambiar su propio destino? ¿Por qué se siguen organizando las vidas humanas en torno a erróneas ideas condicionantes?

El hecho es que todos estamos formados por la misma materia. La realidad es que la realidad es ridícula; y que los impedimentos están generados por la interpretación misma de dicha realidad. El camino para alcanzar cualquier meta tiene su origen en el replanteamiento de las circunstancias que imperan sobre el yo y que el yo mismo -no sin la actuación de influencias externas, las cuales no son más que el resultado de una convergencia cronológica y espacial de concepciones individuales de la realidad- se impone. Es decir, todos los objetivos son alcanzables; la consecución de cada uno de ellos depende exclusivamente del punto de vista humano. No hay nada imposible excepto la imposibilidad.

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